03. Sobre sistemas de valores, objetivos y criterios de evaluación


Decidir es quizás la habilidad más importante del ser humano. Las consecuencias de las decisiones que tomamos nos van transformando de forma paulatina en lo que somos. Y los valores y creencias que tenemos, es decir, nuestro sistema de valores, nos va transformando en lo que queremos ser. 

Si nos asumimos dueños de nuestra propia vida, deberíamos lograr que las decisiones que tomamos sean coherentes con un sistema de valores propio, genuino, reflexivo y explícito. De lo contrario, las decisiones que tomamos y no se adecúan a nuestro sistema de valores nos llevarán tarde o temprano hacia zonas de frustración, insatisfacción, vacío de sentido y tristeza. De ahí la importancia de identificar y asumir un sistema de valores propio para poder aplicarlo a las decisiones que tomamos día a día.

En un contexto de toma de decisiones, los valores se traducen y articulan explícitamente en forma de objetivos de decisión. Los objetivos para un análisis de decisiones deben ser formulados mediante tres elementos:

(1) un contexto de decisión,
(2) un objeto y
(3) una dirección de preferencia.

Por ejemplo, si hablamos de hacer un viaje en automóvil, un objetivo podría ser “maximizar la seguridad”. El contexto en este caso sería el conjunto de diferentes formas de realizar el viaje, el objeto sería la seguridad durante el viaje y la dirección de preferencia nos indicaría que, ceteris paribus, mayor seguridad es siempre preferible a menor seguridad.

En un contexto de toma de decisiones es posible distinguir cuatro clases generales de objetivos: objetivos estratégicos, objetivos fundamentales, objetivos intermedios y objetivos de proceso. Para ser metodológicamente coherentes, toda decisión debe ser analizada únicamente en función de objetivos fundamentales.

Los objetivos fundamentales son aquellas razones esenciales para tomar la decisión en un contexto de decisión particular. Para que un objetivo sea fundamental, no debe existir ninguna alternativa fuera del contexto de decisión que afecte dicho objetivo. En otras palabras, sólo las alternativas encuadradas en el contexto de decisión deben lograr influir en el objetivo fundamental. Por ejemplo, si nuestro contexto de decisión es un conjunto de opciones de inversión, “maximizar la calidad de vida” no es un objetivo fundamental en este contexto, pues hay otros factores además de la decisión de invertir que afectarían nuestra calidad de vida.

Los objetivos intermedios son aquellos objetivos que son relevantes única y exclusivamente porque son un medio para lograr algún objetivo fundamental. Por ejemplo, un objetivo fundamental a la hora de realizar un viaje en coche podría ser “minimizar el riesgo de accidente”. Un objetivo intermedio en este contexto sería: “minimizar la ingestión de alcohol antes de realizar el viaje”. Normalmente, los objetivos intermedios son útiles para identificar mecanismos para medir el logro de los objetivos fundamentales. De la misma manera que un objetivo intermedio es un medio para lograr un objetivo fundamental, ese mismo objetivo fundamental puede convertirse en objetivo intermedio en un contexto de decisión estratégica.

Los objetivos estratégicos son aquellos objetivos que se ven afectados por todas y cada una de las decisiones que tomamos. Nos indican las razones esenciales para estar interesados en una determinada decisión, de la misma manera que nos indican las razones esenciales para estar interesados en cualquier decisión. Por ejemplo, nuestros objetivos estratégicos podrían ser: “maximizar mi calidad de vida”: “disfrutar de la vida”, “estar satisfecho intelectualmente”, “contribuir a las vidas de familiares y amigos” y “contribuir a la sociedad” (ver entrada de blog de fecha 10 de junio). Cualquier decisión que tomemos tendrá un impacto en estos objetivos. En un contexto de decisión estratégica, los objetivos estratégicos asumen el papel de objetivos fundamentales.

Los objetivos de proceso son aquellos objetivos inherentes a la forma en que la decisión es tomada. Por ejemplo, “maximizar el tiempo que tarda el decisor en tomar la decisión” o “maximizar la coherencia metodológica del proceso analítico” son ambos objetivos de proceso. Este tipo de objetivos obviamente deben quedar fuera del análisis de decisión.

El arte de un proceso de análisis de decisiones radica en ser capaces de identificar los objetivos fundamentales y transformarlos en criterios de evaluación. Dicha transformación implica idear la forma de valorar las alternativas con respecto a cada uno de los criterios identificados y de definir el grado de importancia que tienen estas valoraciones particulares dentro del contexto global. La ciencia viene luego, a la hora de manipular la información correctamente, utilizando la lógica matemática y los axiomas de racionalidad para obtener respuestas y conslusiones robustas.

Bibliografía recomendada:

(1) Keeney, R. L. (1992). Value Focused Thinking: A Path to Creative Decisionmaking. Cambridge, Harvard University Press.

(2) Hammond, J. S., R. L. Keeney, et al. (1999). Smart Choices: A Practical Guide to Making Better Decisions. Boston , Massachusetts, Harvard Business School Press.


(3) Clemen, R. T. and T. Reilly (2001). Making Hard Decisions with Decision Tools, Duxbury 

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